(Senda furtiva).
Se refleja la vereda en la montaña,
el camino se bifurca desdoblado,
se hacen uno, dos senderos,
se cruzan y se entrecruzan las trías.
Laderas de verde primavera,
bosque de ramas crujientes,
de pasto multicolor alfombrado,
teñida de otoñal la travesía.
Cae el sol de plano, sobre la pista,
un sudor de esfuerzos, quejidos,
silenciosa senda, sube al altiplano,
hija de la ladera que se inclina.
Voy subiendo … ¡vamos, amigo, vamos!
por entre los pinos arracimados.
Calapiés, pedales, sintonías,
sin prisas ni agobios, en la mañana,
con silencios, con esperas, conversando,
con las piernas frías todavía.
El camino que gira y gira,
pegándose a la pendiente,
curvas suaves, laderas y llanos,
que remontan hasta la colina.
Allí, de repente en la distancia
tres puntas se levantan orgullosas,
desafiando al cielo, moldeando,
una línea jorobada, curva, cansina.
De nuevo subiendo, ¡vamos, vamos!
por entre los trigos asilvestrados.
El sendero son dos franjas amarillas,
entre pastos de cuidados olvidados,
dos rodadas paralelas que subiendo,
se retuercen por una finca baldía.
Un pino solitario marca la guía,
parece cerca y no llega nunca,
… un trago de agua, un descanso,
y a seguir entre aliagas y espinas.